Vivencias de un ayer, en la hacienda Talolinga

Por Florencio Quesada Vanegas. Educador, escritor y poeta

Imagenes con fines Ilustrativos

Dedico éste relato, a mis compañeros (as), profesores y personal administrativo, de la Escuela Normal de Guanacaste (1971/1972).

Son muchas las anécdotas y vivencias/ en tiempos de la Escuela Normal de Guanacaste, punto de encuentro de jóvenes estudiantes deseosos de estudiar y adquirir una herramienta, que nos permitiera enfrentar los nuevos desafíos. De todos los rincones de la provincia de Guanacaste tocaron a las puertas del conocimiento, muy generosa fue la Escuela Normal, de allí salimos apresuradamente con el título debajo del brazo, mirando un nuevo horizonte.

Preparándonos para el cierre del año lectivo y la despedida, nuestro profesor guía Roberto Canales ( + ), organizó con el grupo un baile en Santa Bárbara de Santa Cruz, un fin de semana, para recaudar fondos. Terminado el baile a media noche, nos dirigimos a la hacienda de Talolinga, un pequeño grupo de compañeros en el carro del profesor Canales, donde los papás de nuestra ex compañera Clara Arrieta, nos esperaban.

Amanecer en la pampa

Jamás había tenido la oportunidad de ver y de palpar el diario trajinar de una hacienda, el despertar del nuevo día con los luceros asomándose con las claras, la neblina y el viento frío mañanero. La Hacienda Talolinga (Santa Cruz ), nos dio esa oportunidad
de ver a los sabaneros montar los caballos de niebla por los caminos del cielo, escuchar el bramar de las vacas en el corral y a los terneros berrear, buscando el pezón de las vacas, para nutrirse de su alimento materno.

El chasquido de las bestias arreando el hato de vacas, los gritos perdidos de los sabaneros detrás de un animal bravío. En el corral se acomodaban más de cien animales, golpeándose cabeza con cabeza, buscando un espacio, mientras esperaban su turno del ordeño. A la par del corral, la vieja casona de la hacienda se erguía como una montaña, oculta con la gruesa neblina, donde ardía la leña y se escuchaba el chispear de las brasas, el humo salía por la torre vigilante de la chiminea de la cocina, testigos del quehacer de una mujer valiente, preparando el gallo pinto, las tortillas palmeadas, la natilla, y el café chorreando.

La mesa del comedor esperaba las manos milagrosas para el desayuno de los sabaneros, nunca había visto una mesa de comedor de 10 metros de largo, por dos metros de ancho y cuatro bancas, dos a cada lado, de gruesas y finas maderas de cedro del llano. Poco a poco, creció el día, el sol alcanzaba lo más alto del cielo, al pie de los corrales, quedaba la sombra de los animales, testigos del duro trajinar de la madrugada. Talolinga, quedó para siempre en mi retina, asido a los estribos del tiempo. Cuando llega el mes de julio, me despierta nos despierta, la estrella roja del amanecer, veo en el horizonte el llano que nos vio nacer.

Hoy en el jineteo de nuestra vejez, se nos vienen encima, recuerdos y añoranzas, de un tiempo que vivimos a plenitud, entre alegrías y pobrezas, tomados de la mano de la juventud. Nos preguntamos en silencio.

¿Dónde estarán nuestros compañeros de estudio? ¿Qué caminos tomaron, a todo lo ancho y largo de nuestro país? Nos vamos desgranando como una mazorca de maíz, por un viejo sendero que se estrecha con el tiempo. Por nuestra mente, pasan fugaces recuerdos, fotografías de un tiempo, que dejamos atrás, que forman parte de la bella historia de Liberia y de la provincia de Guanacaste.

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