La manera más rápida de conocer el nivel de bienestar en un centro urbano es viendo la condición en que están las aceras. Si hay mucho desnivel, si están agrietadas, si hay espacios donde no existen y el peatón tiene que caminar sobre la calle, si son muy an- gostas, y si se ha permitido la invasión de restaurantes y otros comercios limitando el espacio donde caminar, si hay basura tirada sobre la misma el gobierno cantonal no sirve (no importa que dicen que han hecho) y hay que quitarlo en febrero en las elecciones.
La acera es el foco de la convivencia de una sociedad. Los estudios revelan que en los centros urbanos donde hay aceras anchas, bien pavimentadas, iluminadas, hay más vida social, más afluencia comercial y may- or posibilidad de sensación de bienestar col- ectivo. Claro que las autoridades del lugar deben de tener policía que vigila para asegu- rar que no operan carteristas, estafadores, y asaltantes en esas mismas aceras.
Construir un “bulevar peatonal” como hic- ieron en la Avenida Central de San José crea un espacio precisamente para poder transi- tar a pie “en paz” pero si todo el resto de las calles ostentan aceras horribles es como poner a una persona ropa bonita y limpia que se ve de afuera, pero andar ropa interior sucia, rajada y llena de huecos.
Uno de los problemas es que la ley establece que es el dueño el responsable de construir y mantener la acera frente a su propiedad; si no lo hace o no mantiene lo existente en- tonces la municipalidad la puede poner y cobrar por el servicio al propietario. Pero después está “el pobrecito” que llega dici- endo que no tiene dinero y que no puede – puede poseer propiedad, pero “no tiene pla- ta.” Vienen los pleitos—la solución es que los gobiernos cantonales construyan y que lo cobran en los impuestos sobre la propie- dad. Así hay acera uniforme, sobre toda la extensión de las calles.
Hace muchos años la costumbre era que después de la misa el domingo los jóvenes pasaban al parque central del centro urbano y las solteras se paseaban en la dirección de las manitas del reloj y los solteros en rum- bo opuesto. Había mucha carcajada, mucha risa y alguna pasión con esta costumbre.
Hoy no existe esto para comenzar porque solo un 20 por ciento de los católicos asisten a misa regularmente y muchos lo hacen el sábado o en otro horario.
Si se comía en un restaurante es proba- ble que los comensales salieran a caminar después “para estirar las piernas y ayudar con la digestión.”
En años recientes se han establecido algunos restaurantes muy buenos en la capital, pero los clientes llegan en automóvil y al termi- nar la comida se despiden de los demás, pa- gan al parqueo o al cuida carro y escapan a los suburbios – por sí no hay tiendas con vitrinas ni otros atractivos cercanos.
Los seres humanos por naturaleza son socia- les – les gusta hablar y convivir con otros. Las aceras son claves para ese proceso.
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