La muerte merodea, en los socavones de las minas …

Autoría: Dora María Quesada Vanegas, educadora pensionada. Escritora liberiana/abangareña

  “En santa paz descansen, los coligalleros que tejieron sueños con el hilo dorado”

 

Amanece en Abangares, los intrépidos coligalleros se reflejan en caprichosas siluetas en la inmortal serranía próxima a explorar, quieren hallar en su recóndito el hilo dorado…

Llegando a la entrada del túnel, sienten un escalofrío que recorre sus venas, parece un presagio de un acontecer sin retorno. Entonces se santiguan, encomendándose al Omnipotente.

Rompe el hielo, el canto mañanero de las avecillas, que como ellos van en busca del sustento. De hecho, se olvidan de las enfermedades, no hay dispensario donde acudir ¡intrépidos hombres, con temple de acero!

Estos obstinados hombres, ya por estar dentro de las grutas,  su único pensamiento es: hallar oro…

En una pequeña tacita llevan la “burra” con huevos duros, atún y un gran termo de café, para saciar el apetito antes de iniciar las tareas

Cuando tienen necesidades fisiológicas ¡cuidado!, porque a ras del suelo pululan los gases letales …

Sólo tú minero, sabes lo que te espera, en aquellas grutas que vaticinan un futuro incierto en la siempre noche.

¿Acaso piensas escabullirte confundido, del espectro perverso que escondido entre lodo, gases tóxicos, terraplenes o del estrepitoso estallido de la dinamita, dentro de los túneles?

Sabes que en algún instante abrirás tus alas para el vuelo eterno.  Pués la vida es un tesoro fugas, los restos, serán polvareda, que con la magia se esparcirán en esas montañas, para convertirse en el oro apetecido de las cuevas, en la  tenebrosidad …

Ronda misteriosa el aguijón abominable de la muerte,  jugando al escondido entre las galerías y pozos. De repente, embiste con cobardía, tirando el dardo mortal y.…

Los celajes de bellísimos tonos al atardecer, se tornan grisáceos, las aves huyen de sus nidos en bandadas, en busca de nuevos refugios, las aguas cristalinas de la quebrada se enturbian y chocan alocadas contra las piedras, algunas avecillas de lúgubres cantos, manifiestan la muerte del coligallero…

Los mineros, embriagados de tristeza se agrupan elevando plegarias al Creador… Todo es calma… el sinsabor embarga el alma de los compañeros que otrora, referían uno que otro chiste antes de adentrarse al subsuelo.

Saben que el tiempo no se detiene y con el nuevo amanecer,  llenos de coraje, caminan sigilosos entre las galerías y pozos de las cavernas, en busca del brillo amarillo, que les dará el sustento a sus familias, a los vicios o sencillamente a la codicia.

Poniendo a Dios como su compañero, se santiguan y a veces hasta un enorme “Rosario” cuelga de sus cuellos.

El calor sofocante y el olor nauseabundo, lleva a los mineros a parecer topos humanos con linternas en su frente, rompiendo con picos, palas, barrenos y dinamita las montañas. Colocan arriostres, ventilación y a veces energía eléctrica.

Los coligalleros, por siempre serán, los insaciables buscadores del hilo dorado…

 

 

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