Cada uno recoge lo que siembra

Por Solón Chavarría Aguilar. Médico, escritor, político y diplomático

La vida es un secreto a voces, durante la cual uno sabe y se jacta victorioso de lo que hemos considerado como nuestros éxitos, guardando allá en lo más recóndito de nuestro pensamiento algunos momentos difíciles que durante nuestras vidas hemos vivido, siendo estos producto de los altos y bajos de nuestra dopamina, endorfinas, serotonina y oxitosina, sin ser conscientes del ritmo biológico en la producción de esas sustancias vitales para nuestras vidas.

Las mujeres en los tiempos idos es posible que también describieran la belleza física de sus hijos recién nacidos con una gran dosis del sentimiento maternal, pero ahora con el uso de la tecnología uno no ha terminado de preguntarle a una madre sobre su bebé cuando ella extrae del bolso el celular, para mostrar a sus amistades la foto de su retoño amado, acompañando aquel gesto de algunas preguntas. Ves que lindo está mi gordo? Ves lo bello que es?. Verdad ? Vieras lo comilón que es. Un primor. Lindo mi cachetón”

Todo ha cambiado en estos tiempos de la modernidad, durante los cuales con mucha frecuencia prevalece el egoísmo ante la solidaridad, la mentira ante la verdad. Tiempos en que la envidia y vanidad confabulan contra la amistad. Por lo tanto, son frecuentes esas escenas de la madre mostrando a sus “amigas” los dotes físicos de su hijo en la pantalla de su celular, mientras ellas haciendo gestos de desaprobación se despiden diciendo en voz baja. “Bonito el gordito?”. “Bonita mi abuelita”.

Ante aquella situación uno podría dar una opinión neutral. Ni tan bonito como la madre cree que es, ni tan “feito” como otras personas lo ven. Cuando somos testigos de estas escenas del diario vivir deberíamos verle la parte positiva y echar cada quien para su saco. Entonces, si al niño (a) de la amiga no lo ven dotado de tal belleza natural, pues animémonos a traer hijos al mundo (quienes pueden engendrar) o recurriendo a la inseminación artificial.

Bueno, el asunto está en que los jóvenes de este siglo prefieren una mascota que, traer consigo una suegra mandona o un suegro “gruñón”, por lo tanto cada día van a venir menos niños al mundo. Sin meternos en los asuntos de la pérdida de la libertad que, en ocasiones ha sido un motivo para no procrear, podríamos decir con convicción. No hay felicidad más grande que ver un niño nacer y con el tiempo verlo crecer.

Ahora podríamos decir que la población mundial ha envejecido y la tendencia va en ese sentido con el agravante de que, al seguir la disminución de la natalidad se avisora un grave problema en la población mundial. Además, en estos tiempos de la inteligencia artificial a los viejos se nos dificulta más seguirle el ritmo a esa nueva normalidad, llevando consigo cierta marginación al pasar de ser el sabio de la antigüedad a un personaje discontinuado y desinformado.

En el momento de nuestra ya lejana adolescencia veíamos anticuados a los viejos de entonces. Por supuesto con algunas diferencias: los respetábamos, les escuchábamos, compartíamos con ellos y no nos estorbaban tanto como ahora. También nosotros no los agredíamos haciendo ruido a su alrededor, no éramos indiferentes con ellos, ni los abandonábamos. Tampoco los señalábamos por su forma de vestir: la ropa bien planchada, sin roturas ni remiendos. Tampoco porque ellos no tuvieran el “mechero” en la cabeza que, en aquellos tiempos nosotros teníamos.

Los abuelitos de nosotros no se metían tanto con nuestra forma de vestir. Si acaso nos decían. Cortese ese pelo, no se ve bien. Ese pantalón está roto, dígale a su mamá que se lo “sursa” o que le pase la aguja o la máquina de coser. Dios guarde nuestros abuelitos nos hubieran visto con tantas cosas colgando de nuestras orejas, nariz, labios, ombligo. El pelo de varios colores, ni se diga con esa cantidad de tatuajes. Hubieran caído de espalda. Ni lo quiera “tatica” Dios.

La verdad sea dicha, cada generación llega con cambios, muchos de los cuales repiten como los tatuajes, aretes, etc. Pues, si revisamos nuestra historia nos percatamos que los aborígenes usaron en más o en menos todo lo que ahora es la gran moda. Hasta en eso ha faltado imaginación y creatividad. La pura verdad es que a los “roquemis” de ahora no nos parece, ni nos gusta ni aprobamos tanto tatuaje deformante de la belleza del Sumo Creador.

Muchas mujeres lindas esconden su belleza tras unos tatuajes feos, aunque algunos de forma discreta no afean tanto aquel cuerpo juvenil, pero otros no solo afean la belleza humana en su juventud, sino que es algo chocante Pero gustos son gustos y modas son modas. Que se tatúe el que le dé la gana, pero también deberían de tatuar cada quien su corazón, para aprender amar con pasión. También tatuar sus cerebros con dedicación, inteligencia, sacrificio, entrega y devoción, para que nos acerquemos a la sabiduría, la creatividad y perfección.

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