Muy pocos países en el mundo pueden presumir de tener una matriz energética potenciada casi en su totalidad con fuentes renovables. Y solo uno de ellos es una pequeña economía centroamericana. Costa Rica ha llegado a tener hasta un 99% de su electricidad anual generada con energía limpia. Como Islandia, Noruega y Nueva Zelanda, destaca como territorio innovador en este ámbito, con la diferencia de que no es un país rico ni desarrollado. El caso de Costa Rica muestra cómo décadas de políticas públicas con un objetivo claro pueden reducir la dependencia de los combustibles fósiles y dar autonomía energética. El camino, sin embargo, no ha estado libre de obstáculos, y ahora el cambio climático y un gobierno que vuelve a poner la mirada en los combustibles fósiles han llevado a los centroamericanos a un punto de inflexión.
Según el Centro Nacional de Control de Electricidad, Costa Rica pasó de generar un 99% de energía renovable en 2021 a un 98% en 2022 y se estima que entre un 92% y un 95% en 2023. La razón de esta importante disminución en el último año es la sequía, porque el 67% de la energía renovable del país se genera a partir de plantas hidroeléctricas (el resto se divide entre energía geotérmica, de biomasa, eólica y solar). La falta de precipitaciones, en un territorio en el que la temporada lluviosa se extiende durante aproximadamente ocho meses, obligó a recurrir a combustibles fósiles para poner en marcha las plantas térmicas.
“El año ha sido de los más complicados en las últimas décadas. Tuvimos, por ejemplo, el septiembre más seco de los registros históricos y tuvimos un mayo y un julio igualmente con récord de temperatura. La demanda, además, creció sobre el 5%”, explica Roberto Quirós, gerente de electricidad del Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), la empresa estatal de servicios eléctricos y de telecomunicaciones.
En años anteriores, sin el impedimento de la sequía, Costa Rica no solo potenciaba millones de hogares y decenas de miles de negocios con energía limpia, sino que también gozaba de una independencia energética que le permitía mantener tarifas con precios relativamente estables y que no se veían afectadas por fenómenos geopolíticos globales, como sucedió con el aumento en el precio de la energía a raíz de la guerra en Ucrania en muchas naciones todavía dependientes de los hidrocarburos.
Del dominio hidroeléctrico al impulso eólico
La relación de Costa Rica con la energía renovable viene de lejos. En 1884, la capital, San José, se convirtió en la tercera ciudad electrificada del mundo, después de Nueva York y París. Desde aquella época, se recurrió a la hidroelectricidad para generar energía, aunque durante varias décadas la generación energética se mantuvo en manos privadas. No fue hasta los cincuenta cuando se nacionalizó con la creación del ICE.
Édgar Gutiérrez, exministro de Ambiente y Energía (2014-2018) y catedrático retirado de la Universidad de Costa Rica, explica a EL PAÍS que, a finales de los cuarenta, la junta que gobernaba en ese momento ―el país acababa de salir de una guerra civil en 1948― acordó al crear el ICE, en 1949, y que este debería aprovechar las abundantes fuentes de agua para generar energía. “Eso marcó la gran diferencia para el país. Se empiezan a hacer plantas hidroeléctricas y a llevar electricidad a todos los rincones”, afirma Gutiérrez.
Entonces, Costa Rica comenzó a diversificar poco a poco su producción energética. “Se experimenta con el gran potencial geotérmico y después, debido al tema de los gases de efecto invernadero, el ICE plantea desarrollar energía eólica”, apunta el exministro.
Con los años, el aumento de la población generó una mayor demanda, lo que llevó al ICE a abrirse a la incorporación de plantas privadas mediante concesiones a empresas cooperativas. Desde el 2000, se han llevado a cabo cientos de proyectos relacionados con la producción y distribución de energía, y destacan principalmente los proyectos de energía eólica. Esto ha sido clave para que el país alcance sus altos niveles de producción limpia.
Un conocido caso de éxito es Coopesantos, una cooperativa que maneja un parque eólico en el sur de la provincia de San José. El gerente general, Mario Solís, cuenta que la empresa nació en un momento en que el país estaba en pleno “proceso de desarrollo”, concentrado en las áreas urbanas, por lo que su objetivo era llevar este avance también a las zonas rurales.
Ahora, Coopesantos provee energía a aproximadamente 53.000 personas en un área que abarca alrededor de 1.300 kilómetros cuadrados. El gerente general de la empresa destaca que esta población, además de contar con energía limpia, tienen una estabilidad en sus tarifas que sería muy difícil de mantener con energía potenciada por hidrocarburos. Según Solís, esto ayuda a las familias en tiempos en los que el coste de la vida no para de crecer: “Entre 2016 y 2023 las tarifas bajaron en precios nominales, mientras que el costo de vida general de las familias en Costa Rica se incrementó en alrededor del 17%”.
Erick Rojas, vicepresidente de la Cámara de Empresas de Distribución de Energía y Telecomunicaciones (Cedet), de la que forma parte Coopesantos, señala que los precios de la energía en Costa Rica son ahora “más baratos que en Europa, Estados Unidos o el resto de Centroamérica”, donde Costa Rica también vende parte de la energía que produce.
Sequía, diversificación y la sombra de los hidrocarburos
El gobierno del presidente Carlos Alvarado (2018-2022) impulsó un proyecto de ley para prohibir explotación de petróleo y gas natural en el territorio costarricense, pero quedó estancado en el Congreso. El actual presidente, Rodrigo Chaves, ha manifestado su interés en explorar las reservas de gas natural en el país, aunque no hay estudios que corroboren cuán grandes son. Una iniciativa como esta iría en la dirección contraria a décadas de políticas públicas que ayudaron a colocar a Costa Rica como un referente en la lucha medioambiental.
De acuerdo con Carlos Rodríguez, dos veces ministro de Ambiente y Energía (entre 2002-2006 y 2018-2020) y ahora presidente ejecutivo del Fondo Mundial para el Medio Ambiente (GEF, por sus siglas en inglés), la buena reputación de Costa Rica es un fenómeno relativamente reciente. La fama ambientalista del país centroamericano comenzó en los noventa ―de hecho, el Ministerio de Ambiente y Energía fue constituido en 1995 después de haber tenido otros nombres o haber estado vinculado a otras carteras―, cuando el país posicionó sus logros en materia ambiental en organismos internacionales. “Esta imagen se ganó con consistencia”, afirma Rodríguez, que acumula 25 años de experiencia en el ministerio y formó parte de todo ese proceso. El exministro destaca cómo esta reputación llevó incluso a la excanciller alemana Angela Merkel a invitar en 2019 al entonces presidente Alvarado para que le expusiera su plan de descarbonización.
“En la mente de la mayoría de los ministros de energía de este planeta solo existe el petróleo, nunca vamos a alcanzar los Acuerdos de París si tenemos gobiernos ricos que tienen un ministro de energía pensando que el petróleo es la manera de salir de la crisis”, critica Rodríguez. Un punto clave en la trayectoria de Costa Rica, dice, fue la decisión de que una sola cartera ministerial manejara tanto Ambiente como Energía, cuando la mayoría de los gobiernos del mundo dividen estas dos áreas: “Energía, minería, biodiversidad, mares, agua: lo metimos todo junto. Eso nos dio condiciones muchísimo más favorables que otros países para planificar”.
Y es justo ese elemento, la planificación, en el que Rodríguez considera que el país flaquea. El presidente de la GEF lo atribuye a que se sigue apostando por las grandes plantas hidroeléctricas: “Las plantas son caras, son ineficientes y destruyen la naturaleza y los estilos de vida de los campesinos, sobre todo. Lo que tenemos que hacer es permitir que el ciudadano pueda generar su propia electricidad con paneles solares. Este es un futuro, el autoconsumo, no lo que está pasando hoy”.
En esto coincide Andrea Meza, que reemplazó a Rodríguez como ministra de Ambiente y Energía (2020-2022) y ahora es Secretaria Ejecutiva Adjunta de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación. “Lo que estamos viviendo este año con la sequía y las plantas hidroeléctricas nos muestra que necesitamos una matriz muy diversificada”, apunta.
El gerente de electricidad del ICE, por su parte, cree que no se debe “simplificar” el debate: “No podemos sobreinstalar paneles solares porque finalmente eso se traduce en las tarifas”. Para Quirós, se debe encontrar un equilibrio. “La hidroeléctrica es muy buena en años tenemos mucha agua, la solar es muy buena en algunos momentos, entonces con estos y otros elementos tenemos que buscar la satisfacción de la demanda nacional”, explica.
Quirós destaca que en un año “muy duro” como 2023 el país todavía lograra estar entre aquellos con mayor renovabilidad en su matriz eléctrica. Pronostica, eso sí, un futuro cercano complicado: “Nos va a doler el 2024 y probablemente el 2025, pero también hay razones. Podríamos haber planificado muchísimo mejor desde la institucionalidad, tomar decisiones que no se tomaron antes del 2022. Ahora desafortunadamente tenemos que vivir con eso”.
Nuevos caminos
La necesidad de diversificar las fuentes de energía como medida urgente es una posición en la que coinciden tanto los exministros como los proveedores, pero para Meza la planificación debe ir más allá y tomar en cuenta otros ámbitos en los que Costa Rica está muy rezagada, como el transporte. Según una investigación publicada en enero de 2023 por el Instituto Tecnológico de Costa Rica, se trata del tercer país de América Latina con mayor densidad de vehículos particulares ―231 coches por cada 1000 habitantes―, y estos consumen el 35% de la energía generada por combustibles fósiles.
La creciente flota de vehículos impulsados por combustibles fósiles, la sequía y la dependencia de la hidroelectricidad, así como el tanteo del presidente Rodrigo Chaves con la explotación de gas natural, son desafíos para la trayectoria para un país que lleva años ondeando de la bandera del ecologismo. A pesar de esto, la exministra Meza ―que recogió en 2021 el premio Earthshot por el liderazgo medioambiental de Costa Rica― considera que el país ha demostrado en el pasado su capacidad de realizar grandes cambios en tiempos de crisis. Cita el ejemplo histórico de cómo Costa Rica en los ochenta apenas tenía un 30% de cobertura forestal debido al crecimiento de la industria agropecuaria, pero gracias a una serie de políticas públicas hoy los bosques representan más del 52% del territorio nacional.
“Esa para mí es una historia muy bonita, porque si no se hubiera hecho nada se hubiera destruido todo el país, pero se ajustó la visión y se aplicó una política clara y veinte años después ves los efectos”, apunta Meza. Ahora, si Costa Rica quiere mantener ese liderazgo ambiental, deberá poner a prueba una vez más su capacidad de transformación.
Fuente: elpais.com
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