Con sus vivaces ojos, Gerardo fue desgranando sus mejores recuerdos. Me contó que su madre, Florentina Cordero, conoció a su padre, Delfín Mora, oriundo de San Ramón, quien se dedicó al cultivo de café en San Rafael de Abangares. Gerardo nació de aquel amor en 1946 en Las Juntas. Gerardo creció al lado de su madre, acompañándola desde niño en su trabajo como cocinera. Así vivió en la Hacienda La Irma, cuando el mandador era Candelario Briceño y la jefa de cocina, Rafaela Villarrael, atendía desde la madrugada a toda la peonada.
Los peones trabajaban el ganado en la hacienda, propiedad de Mr. Dunhan, bajo el mando de Juan Pique. Ahí nació el apodo de Capagatos: un gato glotón rondaba la cocina y, siendo un chiquillo tremendo, Gerardo ideó junto a Chico Quesada cómo castrarlo. ¡Encontraron un bisturí para toros y lo hicieron! Después tuvieron que esconderse porque Juan Pique juró darles de
palos.
A los 18 años trabajó como peón en la Hacienda La Culebra. Don Juan Bonilla lo mandó a buscar a Víctor Barquero, y ahí ayudaba con el ganado, cargaba leña en el chapulín de Yamil Ceba, y hasta cabalgaba con don Juan a San Juan Grande, donde la cuidadora era doña Elena Madrigal. También trabajó cuatro años en la hacienda Solimar, cuidando ganado para las exposiciones.
Cuando se alistaban para ir a Nicaragua una novia le pidió que dejara todo para irse con ella. Tan enamorado estaba, que renunció… y luego ella lo dejó por otro. Con carcajadas me contó esa historia. Regresó a La Culebra, donde conoció a su esposa, Marcela Gerardina Barrantes, cocinera de don Juan y doña Badhía. Tienen nueve hijos, fruto de trabajo y amor, y que son su mayor orgullo. Gerardina sonríe desde el quicio de la cocina mientras Gerardo me cuenta sus anécdotas.
¿Y la Municipalidad? Ahí empezó pegando adoquines por 225 la hora, gracias a Jorge Gore Segnini. Después fue ayudante del fontanero Juan Solano. También lo recordamos como el alma de las fiestas: encargado de los payasos, ayudaba a Edgar Delgado “don Rápido” a mudar los mantudos y guiarlos por las calles. Lo sigue haciendo cada año, y sin cobrar un cinco.
Aprendió a reventar bombetas de doble trueno, y mientras Dios le dé salud, ahí estará: sirviendo con alegría. Un homenaje a un hombre del pueblo. Un hombre que honra a Abangares con su vida sencilla, su trabajo honesto y su corazón generoso.

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