
Con el respeto que ustedes merecen me atrevo a preguntar: ¿cuál es el Guanacaste que guardan en su mente y en su corazón? ¿Es el de las playas paradisíacas, las montañas majestuosas y el folclor colorido? ¿El de los sabaneros que inspiran poemas, novelas y canciones? ¿O quizá es el Guanacaste de las fiestas más alegres del país? Tal vez piensen en lo bucólico: atardeceres que conmueven el alma, serenatas, bailes con marimba, bombas típicas y el alegre güipipía. ¿En qué piensa usted, estimado lector?
Les invito a soltar las amarras de los recuerdos, la fantasía y la imaginación, fuentes de pensamiento positivo que nos inspiran a crear, a enseñar, a crecer. Me declaro, una vez más, ferviente admirador de los logros del pueblo costarricense: en la educación, la salud, la cultura, la política, la protección del ambiente y en el desarrollo socioeconómico en general. Y como guanacasteco de cepa, estoy profundamente convencido del valor inmenso de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica. Como diríamos en el pueblo, esa unión histórica fue, sin duda, un “ganar, ganar”, una alianza de beneficio mutuo: entre los habitantes del Partido de Nicoya y los de la provincia de Costa Rica.
Ahora bien, aunque celebro con entusiasmo los logros de nuestra patria, deseo hacer un llamado a la reflexión. A todos los costarricenses, de nacimiento o adopción, y a quienes conviven con nosotros: cuidemos con esmero esos avances alcanzados, porque como bien sabemos, ninguna obra humana es eterna. Requiere vigilancia, compromiso y amor constante. Muchos han sido invisibilizados o idealizados, cuando en realidad vivieron bajo duras condiciones: jornadas extenuantes, salarios miserables, sin derecho a pensión, estudio o techo digno. Otro capítulo triste de nuestra historia ha sido la deforestación de nuestros bosques: millones de pulgadas de maderas preciosas han salido por el río
Tempisque hacia el océano Pacífico, rumbo a las casas y oficinas de lujo de los pobladores de la Meseta Central e incluso a otros países de América y de Europa. Por otro lado, la ganadería y la agricultura extensivas son algunas de las prácticas depredadoras de nuestros bosques. No pretendo ser pesimista ni aguafiestas del porvenir. Muy al contrario: creo firmemente en la necesidad de mirar al futuro con esperanza, con una actitud positiva y visionaria, confiando en la inteligencia, la creatividad y la nobleza de los costarricenses y, en particular, de los guanacastecos. Como guanacasteco de nacimiento y con el alma colmada de gratitud, puedo decir con orgullo que aquella “cenicienta” ha comenzado a brillar como un faro del desarrollo socioeconómico de Costa Rica. Y por ello, debemos cuidar que su luz no se apague. Que ese crecimiento no se contamine.
Es vital fortalecer también otras actividades en las que hemos demostrado gran talento y capacidad: la agricultura responsable, la producción artesanal, la cultura, la tecnología, la educación. Los pueblos que diversifican sus economías y crecen en sus intercambios —tanto nacionales como internacionales—, mejoran la calidad de vida de su gente. Generan más empleo, dinamizan los mercados, atraen inversión, y con ello se abren oportunidades en salud, recreación, arte y educación. Y para lograrlo se requiere más que recursos. Se necesita inteligencia, colaboración, paz, y, sobre todo, visión. Una visión que nazca del amor al prójimo.
Amaos los unos a los otros. Así de sencillo. Así de profundo. El Guanacaste que yo sueño está habitado por gente así: amorosa, pacífica, trabajadora, alegre, educada, bondadosa, espiritual y solidaria. Un Guanacaste libre de las garras de la droga y sus devastadoras consecuencias. Soy guanacasteco de nacimiento. Costarricense de corazón
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