Mi vida de infancia y adolescencia fue pletórica de mensajes naturales preciosos, donde el sol siempre salía curioso durante los amaneceres de días cálidos cargados de oxígeno y energía, elementos fundamentales para la vida de todos los seres que cohabitan en aquel vergel. Inviernos verdes rebosantes de plantas, flores y frutos, fuente de alimento para los insectos, animales y los seres humanos.
Todavía no había vivido ni conocido lo suficiente como para valorar en su dimensión aquel verdadero jardín. Hoy, en el otoño de mi vida ya con menos energía que limita mis movimientos y
unas cataratas que empañan mi visión, en mi cerebro ya envejecido miles de neuronas todavía guardan aquellos recuerdos llenos de un sinfín de tonalidades, formas, texturas y música al natural que brotaba de la interioridad de una gran cantidad de aves cantoras, las cuales traigo a tiempo presente como si fueran fuente vital de mi existencia, la que hoy disfruto y comparto con mi
descendencia, a veces haciendo alarde de la experiencia y un tanto de sapiencia producto del pasar de los años.
Tan bellos eran nuestros días en aquellos tiempos que, el radiante sol en el cenit no era impedimento para correr, jugar, trabajar y disfrutar. Ni se diga de aquellos imponentes celajes cuando se producía un verdadero cortejo entre los rayos del rey sol y las aguas saladas del opulento mar, un encuentro de energía solar y sabia marina en un paisaje lúdico, romántico y sensual que transformaba la tristeza en alegría, la derrota en oportunidad, los peligros en retos, el miedo en soluciones, la oscuridad en claridad, el egoísmo en bondad, el viento en música y los ruidos en canciones románticas.
Emulaba una puerta multicolor que custodiaba la entrada al paraíso terrenal donde las hojas verdes de los exuberantes árboles de selvas milenarias en los bosques primarios y otro tanto secundarios convertían el CO 2 tóxico para los seres humanos y animales en el O2 indispensable para la vida. También los ríos surcaban aquel paraíso terrenal, embelleciendo y resultando ser fuente de vida para una gran variedad de plantas, insectos, crustáceos y peces, los cuales en su gran mayoría completan su viaje hasta formar parte del Océano Pacifico y otra parte uniéndose al Océano Atlántico.
En aquellos tiempos dorados de mi infancia y adolescencia todo me parecía algo rutinario y tradicional, pues eran paisajes del vivir diario donde se retrataba hecho realidad el pincel asido de la mano de un ser Superior quien, con su sabiduría había logrado que el planeta tierra estuviera ubicado en el lugar ideal para que los rayos del sol no lo calentaron tanto como para que la vida no fuera posible, ni tan lejos como para que la tierra se hubiera enfriado impidiendo que se pudiera habitar.
En aquellos tiempos bucólicos de mi infancia y adolescencia cuando empezaba a saturar mis neuronas de conocimientos: en mi hogar, centros educativos, la iglesia, en la calle, los ríos, en los lugares de esparcimiento, en la breña y en las tierras de cultivos ya fuera: estudiando, trabajando, jugando, peleando o rezando yo siempre estaba ocupado y mis neuronas muy activas, unas aprendiendo y guardando, otras soñando, muchas creando e inventando.
En aquel torbellino de emociones, pensamientos, fantasías, creencias, sueños e ilusiones, entre risas, saltos, canciones y oraciones me fui forjando, física, psíquica y mentalmente para ir creando y conformando el ser humano que hoy soy con muchas virtudes y otro tanto de defectos, abriendo un espacio a veces extenso y otras estrecho, entre luces y claroscuros que han conformado mi personalidad, carácter y voluntad al servicio de mi familia, el mundo que me rodea y la humanidad.
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