
En un primero de noviembre de 1924, en el pintoresco pueblo de Santa Rita, Nicoya, surgía al mundo una niña destinada a vivir una vida de resiliencia, sacrificio y amor inquebrantable. Nació en una familia humilde, donde fue arropada por el amor de su madre y abuela. Desde sus primeros días, fue testigo de la entrega al trabajo de su familia, quienes, en sus pequeños terrenos, mantenían un hogar lleno de calidez y sustento.
Con el suave susurro del río y el canto de los pájaros, María aprendió a ver la vida como un regalo, nutriéndose del contacto íntimo con la naturaleza que la rodeaba y de la vida sencilla en el campo. La tragedia llegó pronto, y a los siete años, quedó huérfana, pero abrazó el dolor y la adversidad con un espíritu estoico y una fortaleza que desafiaban su temprana edad. Creció aprendiendo las tareas de la vida en el campo, forjando así una independencia y una determinación de hierro. Que en lugar de claudicar y dejarse vencer por la adversidad, estas experiencias se convirtieron en el aliento que guiaría su vida hacia los logros más insospechados.
A los 24 años contrajo matrimonio con el joven Antonio Gómez Baltodano, hijo de hacendados de Santa Rita, de Nicoya. El matrimonio procreó siete hijos cuatro varones y tres mujeres de los cuales los dos hijos mayores han partido a la casa del señor. Pasa el tiempo y doña María como jefa del hogar se reinventa con un emprendimiento de comida, lavado y planchado a damas de la comunidad Nicoyana para hacer frente a la manutención y estudio de sus hijos.
A los 44 años, una vez que sus hijos mayores logran coronarse con estudios superiores, decidió reescribir su historia de aprendizaje. Ingresó a la Escuela Nocturna Leonidas Briceño, para completar su sexto grado, y años más tarde, a los 60 años de edad, concluyó su Bachillerato, convirtiéndose en la alumna de mayor edad en el Liceo Nocturno de Nicoya. En una etapa en que muchos jóvenes piensan en el retiro, ella se destacó como un ejemplo de constancia, valor y superación. En aquella época, su presencia en las aulas se convirtió en símbolo de compromiso y disciplina, siendo admirada y respetada por profesores y compañeros, quienes vieron en ella una inspiración de lucha y tenacidad.
Aun así, María no se detuvo allí. Con el deseo de continuar aprendiendo, se inscribió en la Universidad Estatal a Distancia. Aunque tuvo que renunciar un año después a sus estudios universitarios por razones de salud, nunca perdió el amor por descubrir nuevos mundos. A lo largo de su vida, se ha mantenido fiel a su pasión por la lectura y el aprendizaje, llenando sus días con ejercicios mentales, rompecabezas y lecturas diarias. María Santos encarna el espíritu de la Zona Azul de Nicoya. Su vida, marcada por el cuidado y amor de su familia, una alimentación saludable, sus caminatas diarias alrededor de su casa, del jardín y su conexión con la naturaleza, la mantienen como un roble, un emblema de salud y vitalidad.
Además, María es una mujer que lleva la alegría en el corazón y la coquetería en el espíritu. Cada mañana se alista con esmero, perfumada, con sus joyas, sus uñas arregladas, y lista para vivir el día al máximo. Este ritual diario es su manera de honrar la vida, de agradecer por cada amanecer y de recordarnos que cada día es una nueva oportunidad para encontrar alegría, belleza y propósito. María no solo fue y es, madre, vecina, amiga, estudiante; también supo servir a su comunidad de formas profundas y generosas. Como miembro de las Damas Voluntarias del Hospital de la Anexión, dedicó su tiempo a consolar y apoyar a los pacientes, ofreciendo más que palabras: compartía esperanza y una sonrisa que parecía iluminar los días grises de muchos.
Su vida es un testamento de perseverancia, y su presencia irradia una serenidad y un amor por la existencia que inspira a todos a su alrededor. Su ejemplo nos recuerda que la verdadera fortaleza no solo proviene de la resistencia, sino de la capacidad de renacer, resonar y reinventarse ante cada adversidad. Para sus hijos y nietos, ella es una luz que guía, un ejemplo que motiva a seguir adelante. Las palabras que siempre ha compartido, llenas de humildad y sabiduría, resuenan en la familia como una herencia inmaterial, un legado que perdura más allá del tiempo. En su rostro, ahora surcado por los años, se dibuja la historia de su vida, cada arruga una marca de sabiduría y cada sonrisa, una muestra de gratitud por todo lo que ha aprendido y compartido.
Aun cuando la vejez ha traído sus propios retos, María sigue luchando cada día por mantenerse activa, por vivir en plenitud y por ser un ejemplo de longevidad con propósito. Sus manos, que antes trabajaban la tierra y cuidaban a los enfermos, ahora acarician con ternura a sus nietos y bisnietos, transmitiéndoles el amor por su identidad y el orgullo de sus raíces guanacastecas. En este momento tan especial, todos quienes la amamos y honramos queremos expresar nuestra gratitud por haber sido parte de su historia y por todo lo que ella ha compartido, una historia que seguiráviva en nuestras memorias y corazones, inspirándonos cada día a vivir con la misma pasión, bondad y fe que ella siempre ha mostrado.
Tu vida es una semilla que seguirá germinando y floreciendo en cada nueva generación, en cada acción guiada por tus enseñanzas, y en cada corazón que has tocado con tu infinita bondad. Con infinito amor y gratitud, hoy y siempre, celebramos tu vida y tu legado. Orlando Antonio (+), Fernando Aman, (+), María Luz, Dennis, Bellanire, María Cecilia y Jorge Arturo Gómez Duarte. Nietos y bisnietos.
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