Desborde en amor, voluntad y coraje para rescatar coligallero

Por Dora María Quesada Vanegas. Educadora, escritora.

Isaac Picado Villalobos, murió en su labor de valiente coligallero

Amanece, y en el pueblito de San Juan de Abangares, dos hermanos y su madre, se disponen a coligallar. Ellos son: José Antonio, Isaac y su mamá doña Katia, su padre por motivos de incapacidad no los acompaña. Llevan su “burra”, café y tal vez un pedazo de pan; se ponen sus botas de hule con medias altas y gruesas, camisa manga larga, el casco que los protegerá de un golpe.

Foco en la frente, un buen machetón amarrado a la cintura con un mecate ¡listos!, se santiguan, sólo piensan que ese día encuentren buen material que satisfaga sus penas. Parecen criaturas fantasmas con la poca luz de la madrugada. Saben que octubre trae fuertes lluvias con tormentas, ciclones, vientos y más. Saben que los suelos y subsuelos de las montañas mineras comienzan a ceder, por la lluvia copiosa de octubre. Pero saben también, que para ellos es la única forma de ganarse el sustento. ¡Ni modo!

La lluvia no sabe dónde no entrometerse, sólo cae y cae. Ese viernes 11 de octubre del 2024, perdurará en la mente de todos los que seguimos paso a paso el fatal accidente, dado a la 1:58 pm de ese día. Por fin llegaron a su destino: túneles, pozos y galerías los esperaban. Un presagio inundó la mente de los hermanos, oyeron el revolotear de las aves que huían de ese lugar, sintieron que el frío recorría por su espinazo, la neblina daba cabida a pensar que algo estaba por acontecer. Iniciaron su tarea recogiendo material suelto de la entrada de la mina, observaron que estaba muy bien. Los hermanos le dijeron a su madre que fuera a traer dos sacos, luego le dijeron que solamente les llevara uno. Esta, fue y al regresar vio y oyó caída de piedras y tierra. ¡Dios mío! mis hijos, ¿qué será de ellos?

Los paredones de la montaña abrieron sus fauces para vomitar lodo y más lodo con piedras y palos. Doña Katia, pensando lo peor, suplicaba a Dios los protegiera, más el destino ya tenía dispuesto lo suyo. Logró ver a José Antonio asegura ella, levantando un brazo en señal que estaba ahí todavía. Gritó a más no poder, suplicando ayuda: mis retoños, mis chiquitos necesitan
de todos.

Los hermanos corrían despavoridos. Isaac le gritaba a José Antonio que corriera en el maratón entre la vida y la muerte. En cuestión de segundos dejó de verlo, dice José Antonio. Un palo estuvo al alcance de este y quedó montado en él, se hizo un puño, tratando siempre que la cabeza estuviera fuera, golpeado y abrumado por el dolor de no saber nada de su hermano. Sentía que lo apretaban de pies al cuello, era la tierra queriéndolo abrazar fuertemente y llevarlo al más allá. Pronto se oyeron las sirenas de los bomberos, patrullas y cruz roja. De inmediato la alarma se dio por todo Abangares y más allá. Cientos de voluntarios prestaron su colaboración con palas, picos, pero no fueron suficiente.

El empresario Denis Segnini, con voluntad cristiana, colaboró con maquinaria pesada para limpiar la etrada del túnel, encontraron el casco, una bota una bota, un mazo y la lámpara. Pronto vieron el cuerpo de José Antonio y entre muchas personas lograron extraerlo. ¡Qué alegría! La maquinaria siguió con mucha prudencia quitando material. Llevaron perros adiestrados en localizar persona enterradas y consiguieron marcar posibles lugares, donde estuviera el cuerpo.

Doña Katia les decía que: en esa raíz del árbol de guapinol, fue donde dejé de ver a mi hijo Isaac, levantando un brazo, en señal que estaba todavía vivo. La caída abrupta de lodo no dio más señales de él, lo sepultó. Era verdad, a veinticinco metros de profundidad estaba el cuerpo en el lugar marcado. Fue un rescate difícil. Hubo mucha colaboración, unos con herramientas y otras dando alimentación.

Periodistas de diferentes medios cubrieron el accidente. El cuerpo de Isaac, fue cremado y el miércoles 16 de octubre fue su sepelio. Muerte: deja ya de importunar al coligallero, sólo quiere las migas del hilo dorado, para seguir sobreviviendo

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