Al Dr. Guido Miranda Gutiérrez, por aquellos días, presidente ejecutivo de la CCSS,se le ocurrió abrir campos clínicos para médicos internos en el hospital Monseñor Sanabria de Puntarenas. Se trataba de romper con la tradición de muchos años, de rotar a los futuros médicos, por los hospitales universitarios de San José: el hospital México, el San Juan de Dios, el hospital Nacional de Niños, el hospital Calderón Guardia y la Maternidad Carit.
Cuatro mosqueteros fuimos los que aceptamos el reto, empacamos nuestros bártulos y nos fuimos al Monseñor Sanabria. Este hospital no tenía organizado un programa académico estricto, pero con la buena voluntad del Dr. Pablo Mayorga Acuña, jefe del servicio de medicina y el Dr. Reinaldo Buján Arias qdDg, nos pusieron a estudiar con la presentación de casos clínicos y a revisar los temas más importantes de la medicina.
Esto fue toda una novedad. El director era el Dr. Oscar Hidalgo, todo un personaje de la seguridad social y de Puntarenas, aunque era oriundo de San José. Él había trasladado el viejo Hospital San
Rafael del barrio El Carmen y de la Junta de Protección Social de Puntarenas, al Seguro Social y al Roble de la misma provincia. Nos ubicaron en el piso 10 del precioso hospital. Todo estaba nuevo y olía a nuevo. El “Penhouse” del hospital tenía una vista al golfo de Nicoya espectacular. Los amaneceres eran sencillamente extraordinarios, nos quedaba al puro frente. Ahí habían construido una hilera de dormitorios dobles para el personal médico y de enfermería que venía de la capital.
Fue una linda experiencia, aprendimos mucho, disfrutamos más y nos cortamos el ombligo con San José. Nuestra rotación abrió una nueva sede de campos clínicos para otros internos universitarios, que fueran tan aguerridos como nosotros. Al final de la rotación de tres meses, de nuevo el Dr. Miranda nos preguntó que por qué no seguíamos para Liberia y Nicoya, que esos hospitales necesitaban de nuestra ayuda.
Lo que realmente estaba pasando era que recientemente esos hospitales habían sido traspasados a la Seguridad Social y don Guido quería de alguna manera mitigar el resentimiento y efectivamente mostrar las ventajas y el apoyo del nuevo patrono. El hospital Enrique Baltodano seguía con el esquema de trabajo tradicional de las Juntas de Protección Social. Decía don
Guido que era importante reforzar con sangre joven esos hospitales, que los jóvenes esto y que los jóvenes lo otro, la cosa es que nos carboneó todo lo que pudo y nosotros, por supuesto, va de nuevo, a la siguiente aventura.
Nos recibió el Dr. Fernando Berdugo, director del Hospital Enrique Baltodano Briceño, con mucha alegría y mucha ilusión. No teníamos especialistas como en el hospital Monseñor Sanabria, era un hospital más chiquito, con menos camas y una gran maternidad. Todavía estaban las monjitas de la caridad, que nos chineaban como a sus hijos adoptivos. Comíamos todo el día. Un enorme desayuno, una merienda, un tremendo almuerzo, cafecito con alguna delicia de la cocina del hospital y una cena a morir.
¿Saben cuál era el secreto?, que no tenían nutricionista. Apenas aparecieron las nutricionistas, hubo un recorte a fondo de aquel festín gastronómico. Terminada la rotación, empacamos de
nuevo y otra vez los cuatro mosqueteros partimos para el hospital de la Anexión de Nicoya. Nos encontramos con un precioso hospital nuevo de paquete, como decimos, amplio, ventilado, chiquito pero muy bonito. Tenía cuatro salones de pacientes, uno por cada una de las grandes especialidades de la medicina: Cirugía, Pediatría, Medicina interna y Ginecología y Obstetricia.
Nos recibió su director, el recordado Dr.Carlos Luis Cubillo Ramírez qdDg, un tipazo, agradable simpático, cantante y muy fiestero. Siempre sonriente, siempre alegre y claro nos engatusó de lo lindo. Nos ubicó en cada uno de los salones, nos presentó al Dr. Juan Tobías Rosales, y al Dr. Víctor Ml. Álvarez coordinador y asistente del servicio de pediatría; al Dr. Danilo Flores Cárdenas, “el mejor cirujano de la costa pacífica y parte de la atlántica”, como decía de él mismo. Al Dr. Carlos Sancho Rojas, coordinador de medicina interna y el gran motor de ese hospital. Sanchito era todo un personaje. Era un hombre astuto, simpático, muy inteligente y amigo por los cuadros costados. Y finalmente el Dr. Carlos Castillo, el coordinador de Ginecología y Obstetria.
El administrador del hospital era don Carlos Luis Rodríguez. Un hombre serio de pocas palabras, excelente persona, de origen sancarleño, o sea andaba tan perdido como nosotros. Ahí conocí al director de este periódico, don José Manuel Peña Namoyure, que era el Jefe de Personal. Estamos hablando del año 1976, para que los amigos lectores imaginen como eran las cosas en aquella remota Nicoya. Como pudieron, el Dr. Sancho, el Dr. Miguel Meléndez, el Dr. Rosales y el Dr. Rodrigo Mesén nos organizaron un programa académico, nos dieron clases, revisión de casos clínicos, discusión de autopsias hechas por los patólogos del hospital México.
Recuerdo muy bien al Dr. Víctor Jiménez Brenes, que viajaba los fines de semana, desde el hospital México. Las sesiones eran todo un acontecimiento, se trataba de discutir los casos difíciles, que fueron trasladados desde el hospital La Anexión a ese hospital y que habían fallecido en San José. Los colegas, bueno, en realidad, los futuros colegas, nosotros éramos estudiantes de medicina de último año, nos acogieron muy amistosamente y con mucho cariño. Todas las noches había invitaciones a las casas donde vivían los médicos que eran aportadas por el Seguro Social. No olvido al Dr. Javier Becerra Gómez, al Dr. Pierre Gabi Bien Aimée, Roberto Carrillo, quienes vivían en el barrio de los doctores. En esas lindas casas nos acomodaron a los cuatro. Pero lo más significativo para mí fue tratar a un nuevo biotipo de paciente, nada más ni nada menos que a los descendientes de los chorotegas, un costarricense desconocido completamente para mí. Eran personas delgadas, ancianos de muchos años, generalmente alrededor de cien años. Personas con una piel tostada por el abrazador sol nicoyano, las caritas terriblemente arrugadas que casi no les permitía abrir sus ojos. Pero llamaba mucho la atención, que, a pesar de aquella delgadez, los pacientes se veían fuertes y saludables. Generalmente, los pacientes consultaban por dolores articulares y se internaban para operarse de hernias, tumores de piel, muy raro los pacientes enfermos del corazón o del aparato digestivo, realmente eran muy sanos para tanta edad.
Estábamos delante de los descendientes de los chorotegas, eso era, nada menos ni nada más. Los auténticos costarricenses, los legítimos costarricenses que la naturaleza y la dureza de la vida de esos territorios los había convertido en las personas más longevas de la república costarricense. Estos eran los habitantes naturales de aquellas tierras, todos los demás éramos invasores. Comían muy poco, caminaban mucho, trabajaban mucho, tenían una vida social y comunal muy intensa. Después de la jornada laboral, se reunían en los corredores, en los patios a la sombra de los enormes guanacastes que abrían espacio para la tertulia y la camaradería. En realidad, eran personas muy pobres. Ya ellos no podían trabajar fuertemente, aunque se levantaban temprano a buscar oficio, como decían. La pobreza era realmente impresionante, no recibían ayuda de sus hijos, porque ellos mismos eran también ancianos de 80 y 85 años.
Aquella delgadez era en mucho, pobreza, lo pude comprobar varios años después. Pues resulta que los investigadores costarricenses y después los extranjeros, descubrieron que aquella era una condición especial que se daba en 7 lugares más del mundo y le pusieron zonas azules, por la longevidad de sus habitantes. También sucedía ese fenómeno en otras partes del mundo. Por ejemplo, Okinawa en Japón, Barbagia, Cerdeña y Sardinia en Italia, Loma Linda en California, etc. Un investigador escocés descubrió que las personas sometidas a largos periodos de ayuno, protegen el ADN, de manera que entre menos comen, son más sanos, los telómeros que unen las cadenas de las proteínas que conforman las bases del ADN, se protegen y no mutan tan frecuentemente como lo hacen las personas obesas que consumen grandes cantidades de comida. O sea, la naturaleza protege a las personas del cáncer, como los vemos en África, Asia y en las zonas azules, ¡Vaya remedio¡
Será por eso es que el poeta ya recomendaba:
Comer la mitad,
Caminar el doble,
Reír el triple,
Y amar sin medida.
Los años siguientes, ya médico incorporado, me interesé por estas personas y apoyo a los nicoyanos y extranjeros que, desde la asociación de las zonas azules de la península de Nicoya, velan porque estos longevos, los primeros ciudadanos costarricenses, reciban un diario semanalmente, pañales que se han convertido en una ayuda enorme para muchos de ellos y ellas y, para que tengan una vida más digna.
Como se ve, mi primera rotación por mi amada Nicoya y en general por el Guanacaste, marcó mi vida para siempre. Ahí me encontré con el sustento emocional y motivacional para construir mi vida y apoyar nuestro sistema nacional de salud, uno de los tesoros más importantes de este país.
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