Señor
José Manuel Peña Namoyure
Periódico Anexión.
Hombré Peñitá, yo nunca le contao de las carambadas raras que pasaban antes por estos rumbos cuando no teníamos carreteras ni mucho menos luz eléctrica y la gente era bien pero bien creyencera cabito. Si hom, eran los tiempos de caminos de tierra y macadan, candelas de sebo y carburas cabito. Asi contaban las gentes
diantes. Eran otros tiempos mijo, la cosa era más distinta pero no faltaban las cochinadas de gentes bandidas que tenían secretos y eran solo mañas cabito.
Estando en estas pensaderas viejas me recordé como en veces pasábamos las noches contando cuentos de sustos y leyendas viejas de nuestra tierra. Casualmente le salgo con esto pariente con la cosa quiuna vez, no me va crer, no sé si le conté en otro tiro que hace añales, por el lao de los Hundores los salió el puro Viejo del Monte un día que andábamos andareguiando por esos laos. Si hom, no me cré, pues ponga cuidao cabito, ponga cuidao mi amigo. Resulta ser quiuna tardecita alistamos los abalorios para salir a camaroniar por el río Potrero, una nochecita desas oscuritas de lunas tiernas, puro tiempo de cuyeos y sorococas cabito.
Después de los agrios y ya con el buche lleno, varios dijimos a volar caite y ya prontito íbamos a un largo pasando por los potreros de Nema en la punta del Cerro las Cruces. Áhi nomasito caímos al río y juntamente dijimos con el chuzo y la carbura allá te va buscando los lempos chombones questaban vaciaos mijito. Al poquito rato ya caduno teníamos bien tilinte la garrobera, campusa diría mi máma de tantos bichos tamaños y un gran viaje de cangrejas que ni le digo papito. Ya los saboriábamos el sopón dese otro día rociadito con su buen chilero de coyol papito.
La cosa es quiun tirito que los frotabamos por dentro el cacaste con cususa del bueno, buscando safarle el bulto al frío sabanero del río, cuando diun pronto a otro
oyímos clarito un tropel de chanchos de monte que venían desgaritaos por el camino a caer al río, atojaos por el grito largo raro diun arriador. La vaina fue que los quedamos queditos zorritos y en medio diun culillo que los agarró de viaje, logramos oyír bien clarito la quebradera de ramas y palos en la hojarasca del camino;
a lo mismo quen una sola gritería y haciendo un bullón de los diablos oyimos el chapaleo brutísimo cuando entraron los bichos al río. Los gritos del hombre cada vez más cerquita fregaban la anemia del espinazo y el cuajo siba a los talones cabo.
Si hom, aquea vaina cada rato se ponía más pero más fututa cabito. La vaina es que cuando quisimos alumbrar la pasada y el chapaleo de los chanchos, ha de crer pito, ha de crer que no vimos nada, pero nadita cabo; el río seguía mansito pero la cuestión es que áhi seguían el ruidaje de los chanchos revueltos con el griterío del hombre y el bullón del agua mijito. Que decirle diun tufo azufre que se soltó en la samotana que le digo cabito. Cuando carculamos que los chanchos alcanzaron la otra orilla, la gritería infernal se fue quitando hasta que otra vuelta todo quedó con ese silencio sabanero que tienen las apacibles nochecitas veraneras de mi tierra papito. Como pudimos desgaritaos zafamos juyendo y solo paramos cuando llegamos a la quebrada el Sonzapote por el rancho de Fermín pollo con frío, compañero que
al ver de susto que teníamos juntamente áhi nomasito los zampó tamaños caitazos guarispunes, a ver si acaso con los chimiscoles los volvía el alma al cuerpo
pariente. Ya más serenos los contó que de viaje los viamos topao con el legítimo Viejo del Monte, el puro cicimique sabanero cuñao. Hombre carajo, gracitas que ninguno se puso de bocabierta hablar ni dijo nada con la cosa que vieran cáido como muertos áhi mismito mi amigo. Lueguito los contó quese hombre dicen era muy malvado con los animales de monte y los animales de las fincas de lugares largos. Que por ser tan jodido quedó condenao a vagar eternamente por las noches arriando ganao y animales de monte.
Curiosa la historia cuñao, bandida la historia del arreo de los chanchos pariente. Que le pareció mi amigo. Otro día le cuento del jodido Malaquías un viejo ladino engüevao, desos laos del Cerro que cuando uno lo topaba en los caminos solitarios por nada del mundo se le podía dar la izquierda, con la cosa que al momentito estaba molestando con brujerías y cochinadas solo para rirse diuno mijito. Con decirle quiuna vez puso los palos del camino, unos mangos tupiditos y unos caimitos cundidos, así porque así a darse contra el suelo y sin ninguna razón de viaje botaron toda la fruta cele cabito.
Bueno cuñao, pero eso será conversa diotro día. Por de pronto reciba mis aprecios de siempre en la esperanza que tenga buena salucita y mucho trabajito ques lo mejor compañero. Si señor hasta la vista y áhi los vemos más elante cabito.
Su paisano nicoyano.
Crecencio Aguirre Rosales
Nambí de Nicoya.
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